Cómo encender la llama del juego con tizas

En el último post te comentaba que os iba a ir acercando algunas píldoras de inspiración para animaros a salir al aire libre o jugar ahí fuera.

Por supuesto, confío en la capacidad de los niños para encontrar sus propios recursos y juegos, pero es verdad que a veces cuesta dar el paso de salir de casa, o bien cuando termina la jornada escolar no encontramos amigos o compañeros de juego, o no sabemos qué hacer si no estamos en algún parque, etc.

Es por eso que me encanta el recurso de las tizas, porque es un material ideal para convertir plazas y calles (lugares no pensados específicamente para la infancia) en lugares muy jugables. Me encanta cuando voy a algún lugar asfaltado y veo que los niños han creado un juego allá. A veces son juegos clásicos (la rayuela, por ejemplo) pero otras son juegos totalmente inventados.

Es difícil aburrirte si tienes la posibilidad de crear tus propios juegos y a tu medida, ¿verdad?

Es por eso que recomiendo seriamente llevar siempre un pack de tizas en el bolso o en sus mochilas, si es que las llevan.

Pocas cosas me fascinan más que observar cómo este material es capaz de dar vida a historias, creaciones y posibilidades tan diversas.

Especialmente cuando traspasas la barrera de intentar que las tizas sirvan para lo que en principio sirven… jejeje. Puede que se rompan, puede que tengan un uso bien distinto… Pero os aseguro que en cualquiera de sus formas… Pueden originar horas de creatividad y, lo que es mejor, al aire libre.

Ya te hablé de ello en este otro post, con distintas propuestas para jugar y crear con tizas, pero en esta ocasión quiero hablarte de una experiencia en particular que hemos vivido hace poco con este material, las tizas de toda la vida.

UN DÍA DE JUEGO CON TIZAS

Un día, no hace mucho, estábamos en casa. Llevábamos toda la tarde dentro y yo sentía que era momento de salir un rato a fuera. Oxigenarnos, que nos diera el aire, el sol… Y estirar un poco todo el cuerpo.

El mayor no quería salir, decía que ya se había puesto el pijama y estaba cómodo en casa.

Así que bajé con la peque, no sin antes animar por última vez al mayor a bajar, ni que fuera en pijama. Total, íbamos a estar en frente de casa.

La pequeña Silvestre jugaba y corría en la calle. Ella siempre corre de un lado al otro. En esta ocasión, tiraba de una carretilla y me pidió que pusiera cosas en ella para transportarlas. Le dije que de acuerdo y, con un poco de picardía, saqué el pote lleno de tizas gruesas y lo puse en la carretilla.

Puso las tizas en la caja, tiró un poco de ello, pero en nada se sentó y empezó a pintar el suelo de la calle.

Finalmente (y desconozco la razón) el mayor se animó a bajar y al hacerlo y ver las tizas… Dijo, “ahá, ya sé, voy a hacer colorantes con tizas!”.

Se fue a buscar una tabla, un martillo… Y en nada empezó a hacer, según él, pigmentos con las tizas. Y ahí estaban los dos, ella dibujando y él martilleando, usando de forma bien distinta el mismo material.

Al cabo de poco… la peque también quiso hacer polvo de tizas… Y se puso a ello con una piedra. Hechos los pigmentos… Los colocaron en tarros de cristal, y listos para cuando tengan que usarlos.

Las manos quedaron de un color azul verdoso indefinido, el suelo repleto de colores cuál arco iris… Y finalmente, un poquito de manguera para limpiar cuerpo y tierra… Y ni rastro de todo lo acontecido en esa tarde, aunque estoy segura que en sus corazones y sus recuerdos quedan esos felices instantes grabados.

Y os cuento todo esto… Para compartiros como a veces, con detalles bien pequeños… Pueden transcurrir largos ratos ahí fuera. ¿Os animáis a llevar tizas a menudo en el bolso? ¿Os fascinan tanto como a mí?

Un abrazo,

Clara

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